DE LO QUE PERDEMOS.

Después de unas cortas vacaciones en la montaña, y en el monte, más largas que las habituales, he vuelto a mi repulsiva rutina, que aunque  admirada por el resto y más guasona que la normalidad de su conjunto, me sigue siendo tan enormemente petulante y pérfida como su buen significado indica. No obstante, algo gracioso y metafórico me ha ocurrido, haciéndola un poco más divertida y diferencial que el resto de rutinas,  e indicando lo sabia que parece la vida, quien ella misma es la única capaz de otorgarte si o no la razón y demostrarte cual es el camino a seguir, al margen de los pensamientos, teorías, rutinas, prácticas y vidas habituales.

Dicho acontecimiento, a ojos de la mayor parte de las personas, carecería de importancia alguna, de hecho estoy convencido, de que muchos ni siquiera hubieran podido disfrutar de tal experiencia, pues hubieran desertado antes, y los no desertores y vencedores, en su inmensa mayoría, acabarían despreciando y despojando la esencia de la ocurrencia, pues no caerían en la cuenta de la semejanza entre tal hecho y sus vidas.

Lo ocurrido es lo siguiente, había perdido un libro, que hace poco más de dos semanas cogí prestado de una biblioteca, se trataba de un  buen libro sobre psicosociología moderna, y como buen libro que era, era antiguo, y también había sido escasamente adquirido y leído, de ahí que estuviera descatalogado desde hace bastantes décadas. Me di cuenta que lo había perdido, dos semanas después de la última vez que leí sus páginas y por más que buscaba no lo encontraba, así que pensé que lo habría devuelto, porque total lo que me interesaba de este, ya lo había leído. Cuando hablé con la bibliotecaria, después de tantear el ambiente, gastarle algunas bromas y todo eso para suavizar la matanza que quizás me caería, la pregunté que si la tenía que devolver algún libro, y efectivamente, lo había perdido.

Regrese a casa, y me puse a desmontar todas esas enormes montañas, buscando ese libro sobre la vida del hombre y de sus grupos, en las sociedades modernas, pero ahí no estaba, así que continúe por los recovecos de mi casa, donde muchas veces dejó los libros, en la cocina, en el baño, en cajones, en mis mochilas, pero no lo encontraba, así que pensé, que coño, estará en la oficina, o en la otra oficina, o quizás en el coche de alguien, o en mi pueblo, ah no, que me llevé otro, y así continuamente, pensando en que lugar me lo habría olvidado.

Al día siguiente, continué con mi graciosa expedición, preguntando a todo el mundo si había visto un libro muy viejo, amarillo y gordo, pero la respuesta era siempre desazonada:

- Servicio de atención al  cliente de la Empresa Municipal de Transportes de Madrid, dígame- Hola buenos días, es que se me ha perdido un libro y quería saber si lo tuviesen en objetos perdidos o algo. - ¿ Qué día se le perdió?.- Pues no sé... hace dos semanas lo vi por última vez. - ¿ No sabe que día ?- Pues no, ya le he dicho que hace dos semanas lo vi por última vez, es por si lo tienen ustedes, le digo el nombre si quiere. - Lo sentimos mucho caballero, pero no podemos ayudarle, son normas corporativas. - ¡¡ Venga ya, hombre !! - Lo sentimos mucho, de verdad.- Bueno, pues nada ala, muchas gracias- Hasta luego.

Era siempre la misma conversación, llamé también al departamento de atención al cliente de Renfe y de Metro, que aunque más majos que el anterior, no tenían nada, solo un libro para niños pequeños, así que continúe mi desesperada peregrinación. Por todos los sitios que había estado en esas últimas dos semanas, cuando pasaba de camino por ellos, preguntaba. Pregunté  en todos los chinos en los que me compré algo, en los objetos perdidos de la universidad, busqué en las estanterías de la biblio, por si estuviera ahí y no se hubieran dado cuenta,  en el bar, en las casas de mis amigos, en los coches en los que había estado...

Después de 3 días de desesperada búsqueda, consideré que lo había perdido, y por último, llame a la consejería de ciudadanía de Madrid, por si alguien, que lo hubiera encontrado, lo hubiera llevado ahí, pero ninguno de los libros que tenían era el que buscaba, así que lo dejé, lo había perdido, no podía seguir perdiendo el tiempo en algo que había perdido y se lo confesé a la bibliotecaria, quien me dijó que seguro que aparecería, que seguro que lo tenía en mi casa, pero que no sabía donde, así que me renovó el libro, como si no lo hubiera perdido. Ese mismo día llegué a casa, y busque en toda la habitación, y no encontré nada, y mire por última vez en esas escaleras y montañas léxicas, y ahí estaba.

Y bueno, algunos me preguntarán, - ¿ Y qué ?, ¿ Qué es lo especial que tiene esto ?, A mi me pasa a menudo y ya esta.- Pues bueno, no tiene nada de especial, es algo normal y habitual, a mi me ocurre constantemente, lo único que disfruto cuando me doy cuenta como yo y el resto, buscamos y buscamos cosas que casi siempre están en nosotros mismos, en nuestros entornos más cercanos y en sus formas más sencillas, me doy cuenta como por tener tantos libros, se me hizo tan difícil hallar el buscado, de la complejidad de buscar para tan sencillamente encontrar, de la falsa apariencia de haber perdido un libro, cuando siempre lo había tenido, de la desobediencia de buscar otra vez más,  del entretenimiento, y al mismo tiempo desesperación, de su hallazgo. De esa vigorexia léxica, de páginas amarillas, de palabras bien escritas, de olor a sabiduría, no leída por las multitudes y bien entendida por sus minorías, tan perfectamente escondida e ignorada por el resto, con tan tremenda vida, siempre se pierde para volverse a encontrar, se coge para volverse a depositar y siempre teniendo el mismo fin, hacer más grande a los extraviados con los que se tropieza.





" Su fantasía, no es lúdica ni meramente planeadora del mundo, sino creadora, porque es capaz de superar e innovar los datos de la experiencia. Su mente con aprehensiones intelectuales tiende a posesionarse del mundo, a someterlo y ponerlo al servicio del Yo. Deja inactiva a la función ideo-espiritual. " 

El hombre en los sistemas económicos. Pedro Uriarte.

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